EL ALIGERAMIENTO1

 

Dedica unos minutos a pacificarte y tomar conciencia de ti...

Date cuenta de dónde estas, de con quién estas, de que es lo que buscas...

Párate a observar tu respiración centrándote en el recorrido del aire al entrar y salir por tus fosas nasales...

 

Para ver la vida tal como es nada ayuda tanto como la realidad de la muerte...

 

Imagino que me hallo en mi propio funeral...

Veo mi cuerpo en el ataúd...

Percibo el olor de las flores y del incienso...

Asisto a cada detalle del rito funerario...

 

Mis ojos se posan brevemente en cada uno de los asistentes al funeral...

Ahora comprendo cuán breve es el tiempo que a ellos mismos les queda de vida...

Pero no se dan cuenta. Sus pensamientos se centran ahora no en su propia muerte o en la brevedad de la vida, sino en mí. Hoy es mío el espectáculo; mi último y gran espectáculo sobre la tierra, la última vez que yo soy el centro de atención. Escucho lo que el sacerdote dice acerca de mí en su homilía.

 

Mientras escudriño los rostros de los asistentes, me encantan observar que me echan en falta, que dejo un vacío en los corazones de mis familiares y mis amigos...

Pienso en que están pensando o sintiendo en este momento...

También observo si hay personas entre los asistentes a los que les agrade que yo desaparezca...

 

Acompaño al cortejo hasta el cementerio...

Veo cómo se hunde el ataúd en la tumba; el último capítulo de mi vida...

 

Pienso en lo que ha sido mi vida, sus buenos y malos momentos...

sus fases de agitación y de monotonía...

sus logros y sus frustraciones...

Estoy de pie junto a la tumba, evocando diversos capítulos de mi vida, mientras la gente regresa a sus hogares y a sus quehaceres...

a sus sueños y preocupaciones...

 

Pasa un año y regreso a la tierra. El doloroso vacío que deje tras de mí ha sido inexorablemente llenado: mi recuerdo pervive en el corazón de mi familia...

y en el de mis amigos...

pero unos y otros cada vez piensan menos en mi...

Ahora otras personas se han hecho más importantes en sus vidas...

Y así debe ser; la vida debe proseguir...

 

Visito el escenario de mis actividades anteriores, de mi trabajo...

Si todavía sigue haciéndose es otra persona quien lo hace, algún otro toma las decisiones...

 

Los lugares que yo solía frecuentar hace tan sólo un año -las tiendas, el kiosko, los bares, las calles...- siguen ahí. Y no parece importar que yo haya transitado esas calles, comprado en esas tiendas, entrado en esos bares, tomado esos autobuses. Nadie me echa en falta allí...

 

Busco algunos efectos personales como mi reloj, mi cartera o mi bolso...

y aquellas otras cosas que tenían para mí un valor sentimental: recuerdos, cartas, fotografías...

Busco mis zapatos...

mi ropa...

los muebles que usé...

mis libros...

 

Pasan cien años y regreso otra vez. A excepción de una o dos fotografías descoloridas en un álbum o una pared y la inscripción de mi tumba, poco ha quedado de mí...

Todos los que me conocieron han muerto por lo que ya no queda recuerdo en mi familia ni en mis amigos. Busco, sin embargo, alguna huella de mi existencia que quede en la tierra...

 

Miro en el interior de mi tumba y encuentro un puñado de polvo y unos trozos de hueso en mi ataúd. Clavo la mirada en ese polvo y evoco mi vida:

los éxitos...las tragedias...

los anhelos y los gozos...

los afanes y los conflictos...

las ambiciones y los sueños...

los amores y las repugnancias...

que constituyeron mi existencia: todo ello ha sido esparcido a los cuatro vientos, absorbido en el universo...

¡Tan sólo queda un poco de polvo para indicar que una vez mi vida tuvo lugar! Mientras contemplo ese polvo es como si me quitaran un peso enorme, el peso de creer que yo importo...

 

Luego alzo la vista y contemplo el mundo que me rodea - los árboles, los pájaros, la tierra, las estrellas, la luz del sol, el llanto de un niño, un tren pasando, una multitud apresurada...-

Es la danza de la vida y del universo...

y sé que en alguna parte de todas esas cosas quedan los restos de la persona que yo fui y de la vida que fue mía.

 

Los puntos suspensivos indican pausas.

 

Si este ejercicio se realiza en grupo, al final del mismo debe ofrecerse un espacio para que, quien quiera, pueda comunicar lo que se ha vivido. Después de esto, en nuestro grupo solemos dejar un tiempo para pedir o dar gracias a Dios.

 

Si el ejercicio se hace de forma individual, suele ser muy útil dedicar un tiempo a escribir lo que se ha experimentado. Esto ayuda a integrar la experiencia y a profundizar en ella. De lo contrario, puede que al poco tiempo hayamos olvidado todo lo que descubrimos con ocasión del ejercicio. Sin embargo, si hay poco tiempo, es mejor hacer el ejercicio tal cual y, si se puede, en otro momento escribir sobre él.

 

Notas:

1 Basado en el ejercicio "EL RESPLANDOR" incluido en Tony de Mello, S.J (1984) "EL MANANTIAL" (pp. 155-159) Ed. Sal Terrae. Ésta es una versión reducida.