EL AMOR1

 

 

Dios es amor. Cuando ame, participará de la dignidad y de la gracia.

 

Ya les hablé sobre la paz, la alegría, el silencio, la vida y la libertad. Ahora quiero hablar sobre el amor. Se trata del tema más difícil, porque el amor es algo tan vasto, que es casi como Dios mismo, en su dimensión y misterio. De vez en cuando, parece que vislumbramos el amor, lo entendemos vagamente. Pero no creo que nadie entienda realmente esa cosa misteriosa. Voy a discurrir sobre dos aspectos del amor: el amor como creación y el amor como identificación.

Comienzo a hablar del amor como creación contándoles un cuento adorable sobre los indios americanos, uno de mis favoritos.

Hubo un indio guerrero que encontó un huevo de águila en el tope de una montaña y puso ese huevo de águila junto con los huevos que iban a ser empollados por una gallina. Cuando el tiempo llegó, los pollitos salieron del cascarón, y la pequeña águila también. Después de un tiempo, ella apren­dió a cacarear como las gallinas, a escarbar la tierra, a buscar lombrices, limitándose a subir a las ramas más bajas de los árboles, exactamente como todas las otras gallinas. Y su vida transcurría en la conciencia de que era una gallina. Un día, ya vieja, el águila terminó mirando al cielo y tuvo una visión magnífica. Allá en el azul claro, un pájaro majestuoso volaba en el cielo abierto, como si no necesitase hacer el más mínimo esfuerzo. El águila vieja quedó impresionada. Se volvió hacia la gallina más próxima y dijo: "¿Qué pájaro es aquél?"

La gallina miró hacia arriba y respondió: "¡Ah! Es el águila dorada, reina de los cielos. Pero no pienses en ella. Tú y yo somos de aquí abajo." Y el águila no miró nunca más hacia arriba y murió en la conciencia de que era una gallina. De esa manera, como todo el mundo la trataba, de esa manera creció, vivió, murió.

¿Sabe lo que significa el amor como creación? Mirar el águila y tener conciencia de quién es realmente, para que ella pueda abrir las alas y volar como el águila dorada. Es crear, en ella, al águila.

Un famoso psicólogo norteamericano coordinó una experiencia notable. ¿Sabe lo que hizo? Aplicó a todos los niños de la secundaria un test de CI un poco antes del final del año lectivo. Los psicólogos escogieron diez o doce nombres de alumnos y dijeron a cada uno de los profesores: "Esos diez niños estarán en su clase. Sabemos, por los tests, que son los que llamamos, técnicamente, superdotados. Ustedes verán que ellos estarán en el primer lugar del curso al final del año lectivo. Tienen que prometer no decir nada de esto al grupo, porque eso podría hacerles mal." Y los profesores prometieron no decir nada. El hecho es que no había ningún superdotado en aquella selección y que el experimento no fue más allá de escoger diez o doce nombres al azar y enviados a los profesores. Después de un año, los psicólogos volvieron a la escuela. Hicieron tests a todos los niños y, ¿saben lo que sucedió? Todos los superdotados aumentaron su CI en un mínimo de doce puntos. Algunos aumentaron treinta y seis puntos. Los psicólogos se entrevistaron con los profesores y preguntaron: "¿Qué encontraron en esos niños?" Rápidamente, los profesores usaron adjetivos como "inteligentes, dinámicos, vivos, interesados", etc.

¿Qué podría haber pasado con esos niños si sus profesores no hubiesen pensado que tenían superdotados en el salón? Fueron los profesores los que desarrollaron en los estudiantes todas las potencialidades.

Los psicólogos repitieron la experiencia en otras escuelas y hasta con animales. Siempre con éxito. Dijeron a estudiantes de psicología que hiciesen experiencias con ratones: "Vamos a conseguir una nueva raza de ratones que actuarán mejor." Y los ratones actuaron mejor, aunque fuesen de la misma raza que los otros. Y llegaron a la conclusión de que se debía a que los estudiantes los trataban con más dedicación. Esperaban más de los ratones, y los ratones correspondían a sus expectativas, que eran, de algún modo, comunicadas a los animales.

Desde la primera vez que oí hablar de esa experiencia, me acordé de un gran norteamericano: el padre Flannagan, fundador de la Ciudad de los Niños. El hombre se volvió una leyenda que llegó hasta la India. Al comienzo fundó ese lugar para ayudar a los menores abandonados. Después, para ayudar a delincuentes. Cuando la policía no sabía ya qué hacer, el padre Flannagan los llevaba a la casa. La historia dice que él no hablaba nunca con los muchachos. Me acuerdo de una historia al respecto, que me impresionó vivamente.

Un niño de ocho años mató al padre y a la madre.

¿Usted puede imaginar lo que puede haber pasado con ese muchacho, para que se haya vuelto tan violento con tan pocos años? Fue varias veces preso por organizar robos a bancos. La policía no sabía qué hacer con él: era menor, no podían procesado ni encarcelado, no podían mandado a un reformatorio, porque tenía que tener un mínimo de doce años para eso. Llamaron al padre Flannagan y le dijeron: ..¿Acepta a este niño?"

El padre respondió: "¡Claro, mándenmelo!"

Muchos años después, el niño escribió su historia:

..Me acuerdo del día en que viajaba hacia la Ciudad de los Niños en aquel tren, con un policía, pensando: Me están mandando con un cura. Si ese hombre dice que me ama, lo mato."

¡Y el niño era un asesino! ¿Qué sucedió? Fue a la Ciudad de los Niños, y así continúa la historia: golpeó a la puerta de Flannagan y éste dijo:

"¡Entre!"

El niño entró, y Flannagan dijo: "¿Cómo te llamas?"

Y el niño: "Dave, señor."

Y Flannagan: "¡Dave! Bienvenido a la Ciudad de los Niños. Te estábamos esperando. Ahora que estás aquí, debes querer dar una vuelta para conocer todo.

¿Sabes que aquí todo el mundo trabaja para vivir?

Alguien te mostrará todo. Tal vez puedas escoger una ocupación, pero ahora descansa, da una ojeada al lugar. Ahora puedes irte. Después te veo."

Y el muchacho dijo que aquellos pocos segundos cambiaron su vida. ¿Sabe por qué? "Por primera vez en mi vida, miré a los ojos de un hombre que, sin usar palabras, no decía que me amaba, sino: Usted es bueno, usted no es malo, ¡usted es bueno!" El niño se volvió bueno. Como nos dicen los psicólogos, tenemos tendencia a ser lo que sentimos que somos. ¿Puede pensar en algo más espiritual y más divino que eso? Que veamos la bondad en alguien, que le comuniquemos eso a la persona, y que como resultado ella se transforme. La persona será recreada. El amante crea el amor. Él ve la belleza allí y, porque la ve, la extrae.

Frecuentemente, las personas preguntaban al padre Flannagan cuál era la razón de su éxito. Y el padre Flannagan no respondía a la pregunta, porque el principio que seguía era: "No existe muchacho malo." Flannagan vio la bondad, hacía brotar esa bondad de cada muchacho que protegía. Él creaba la bondad.

Es esto lo que quiero comunicarle como amor.

Un aspecto del amor. ¿Le gustaría tener un poco de la sensibilidad del padre Flannagan? Tengo la certeza de que a todos nos gustaría ser como él, porque todos queremos amar.

Si usted quiere desarrollar ese tipo de percepción, tiene que entrar en una escuela de amor. Tiene que hacer ejercicios, no muy difíciles, pero tampoco muy fáciles.

¿Cuáles son? Comience por lo siguiente: piense en alguien que ama profundamente. Imagine que esa persona está sentada frente a usted, hable con ella con amor. Dígale lo que significa para usted el que haya entrado en su vida. Y luego de hacer esto, tome conciencia de lo que siente.

Cuando se entusiasme, en el ardor de este ejercicio, cambie al siguiente: Piense en alguien que no le gusta. Usted está de pie frente a esa persona. Cuando la mire, intente encontrar algo bueno en ella. Haga un esfuerzo para ver la bondad. Si le resulta difícil hacer eso, puede imaginar que Jesús está de pie a su lado y que mira a la persona. Él será el profesor en el arte de mirar, en el arte de amar. ¿Qué se ve? ¿Qué bondad, qué belleza puede detectar en la persona? Si Jesús volviese a la Tierra, ¿cuál piensa que seria la primera cosa que notaría en la humanidad? La inmensa bondad, la confianza, la sinceridad del puro amor.

En la humanidad hay océanos de bondad entre los seres. Él lo notaría inmediatamente, porque la persona buena ve la bondad en todo lugar.

La persona mala nota el mal, porque tiende a verse en los otros, ¿no? Un reflejo de sí misma.

Imagine a Jesús mirándolo. ¿Qué verá?

Pasemos al tercer ejercicio, probablemente el más difícil. Pero si usted quiere realmente amar, tiene que pasar por él. Imagine a Jesús exactamente ahí, frente a usted. Él habla con usted sobre toda la bondad, la belleza y todas las cualidades que ve en usted. Si usted fuese como la mayoría de las personas, va a comenzar a acusarse, probablemente, de toda clase de defectos y de pecados, y Jesús va aceptar eso. Porque para Jesús ninguna historia es una novela.

Cuando Él vio el mal, lo llamó por su nombre y lo condenó. Pero no condenaría nunca al pecador, sólo condenaría el pecado. Piense en cómo miraba a una prostituta en las páginas del Evangelio. Y cómo miraba a un ladrón, a un publicano endurecido, hasta a los fariseos y a las personas que lo estaban crucificando. ¡Ahí está, de pie, frente a usted! Y usted acusándose de todos sus pecados, y Él aceptando, admitiendo que usted tiene todos esos defectos. Pero Él comprende, hace concesiones. Esos defectos no interfieren la bondad y la belleza que Él ve en usted. Eso no es difícil de comprender. Piense en usted mismo.

Piense en alguien que ama. Si usted mira realmente a esa persona, verá que tiene defectos. Y aun así, esos defectos no impiden su amor por ella, ni impiden ver la bondad de ella. Imagine a Jesús haciendo eso. Y vea qué efectos trae esto para usted. Acepte el amor de Jesús y de aquellos que lo aman.

Cuando Jesús se encontró con Simón Pedro por primera vez, el Evangelio nos cuenta que el Maestro vio en este hombre lo que nadie podía sospechar que hubiese allí, y lo llamó roca, piedra. Yen eso se transformó Pedro. Imagine, entonces, que Jesús está ante usted. ¿Qué nombre le daría a usted?

Antes de pasar a otro aspecto del amor, quiero contar un cuento de hadas occidental. ¿Sabía que los cuentos de hadas contienen gran sabiduría? Es la historia del sapo y la princesa. 

Un día, la bella princesa fue a caminar por el bosque y encontró un sapo. El sapo la saludó muy delicadamente. La princesa se asustó de un sapo que hablaba la lengua de los hom­bres.

Pero el sapo le dijo: "Su Alteza Real, no soy un sapo de verdad. Soy un príncipe, pero una bruja me transformó en sapo."

La princesa, que era de corazón bondadoso, respondió: "¿Hay alguna cosa que se pueda hacer para quebrar ese hechizo?"

El sapo respondió: "Sí, la bruja dice que si encontrase a una princesa que yo amara, y ella se quedase conmigo tres días y tres no­ches, el hechizo se rompería y yo volvería a ser un príncipe."

La princesa podía ya ver al príncipe en aquel sapo. Llevó el sapo consigo al palacio. Todo el mundo decía: "¿Qué criatura repug­nante es la que traes?"

Y ella respondía: "No, no es una criatura re­pugnante, ¡es un príncipe!"

Y mantuvo el sapo consigo noche y día, en la mesa, en un almohadón mientras dormía. Después de tres días y de tres noches, ella vio al joven y bello príncipe, que le besó la mano con gratitud por haber quebrado el he­chizo y haberlo transformado en el príncipe que era.

Ese cuento de hadas es la historia de todos nosotros. ¡De algún modo, fuimos transfor­mados en sapos y pasamos la vida buscando a alguien que quiebre el hechizo y nos re­cree! ¿Se encuentran muchas personas como el P. Flannagan?

 

Dios es desconocido. Pero cuando hacemos una imagen de Él, ¿es Él por lo menos tan bueno como el mejor de todos nosotros? Quizás Dios dice así: "¡Ángeles! ¡Trompetas! ¡Ahí ven al príncipe! ¡Ahí ven a la princesa!" ¿Es así como nos trata? ¿Aun viendo todos los defectos? Se debe reflexionar sobre esto, porque tendemos a transformarnos en el Dios que adoramos.

Pensemos ahora en el amor como identificación.

En la India, los místicos y los poetas se preguntaron muchas veces quién es la Persona Santa. Y llegaron las lindas respuestas:

La Persona Santa es como una rosa. ¿Se ha oído decir a alguna rosa: "Daré mi fragancia solamente a las personas buenas que me huelan, y voy a negar mi perfume a las personas malas"? ¡No, no! Expandir perfumes es parte de la naturaleza de la rosa.

La Persona Santa es como una lámpara encendida en un cuarto oscuro. ¿Puede una lámpara decir que va a iluminar solamente a las personas buenas y esconder su luminosidad de las personas malas?

La Persona Santa es como un árbol que da sombra tanto a las personas buenas como a las personas malas. El árbol da su sombra hasta a la persona que lo está cortando. Y si fuese aromático, dejaría su perfume en el hacha: ¿No es exactamente eso lo que Jesús dice cuando nos manda ser misericordiosos como nuestro Padre celestial, que hace llover sobre buenos y malos? ¿Que hace brillar el sol sobre justos y pecadores? ¿Cómo podemos llegar algún día a ese tipo de amor? Por la comprensión, por una comprensión o experiencia mística. ¿Qué significa eso? ¿Usted ya tuvo la experiencia de que somos millones de personas en un solo Cristo? Pablo afirma que todos somos un solo cuerpo, miembros unos de otros. Ésa es la imagen del cuerpo. Así como mi cuerpo y yo. Nosotros no somos dos, pero tampoco somos la misma cosa. ¡Yo no soy mi cuerpo, pero no somos dos! ¡Y cómo amo a mi cuerpo! Cuando un miembro de mi cuerpo o un órgano está enfermo o sano, yo lo amo de la misma forma.

Entonces, aquí está esa comprensión que es dada a algunas personas bienaventuradas. Ellas son diferentes de las otras, pero no están separadas, son un solo cuerpo.

Hay un cuento hindú sobre siete locos que se dirigen a una aldea para ir a una especie de gran banquete, y vuelven a casa, tarde en la noche, ebrios y más locos que antes. Empie­za a llover y se protegen bajo un árbol. Al despertar, a la mañana siguiente, comienzan a lamentarse en voz alta. Un caminante se detiene y dice: "¿Qué sucede?"

"Dormimos debajo de este árbol y nuestros miembros, manos y piernas, se mezclaron. De manera que no sabemos a quién pertene­cen las manos y las piernas." Y el caminante dijo: "Eso es fácil. ¡Denme una rama de espi­no."

Pincha una pierna, y el dueño grita: "¡Ay!" El caminante dijo: "¡Ésta es su pierna!" Con­tinúa pinchando manos y piernas diferentes y separando a los locos.

Cuando alguien se lastima, es maltratado, yo digo "¡Ay!" Algo sucedió. Amor como identificación. ¿Podemos hacer algo para conseguir esa gracia? No, es un don.

Todo lo que podemos hacer es preparamos.

Usted no puede creer, pero yo digo que si usted sintiese o mirase, o se sentase y tomase contacto con usted mismo, llegaría al silencio, y las cosas le serían reveladas. Todo lo que podemos hacer es preparar el suelo. Y si usted practicara ese ejercicio que estoy recomendando, se estaría preparando para esa gracia. Algún día, con toda esperanza, ella le será dada.

La aplicación de los ejercicios de este libro traerá buenos resultados para todos, pero el amor como identificación, sólo Dios podrá darlo.

Dios es el Desconocido, Dios es Misterio, Dios es Amor. Por eso, toda vez que usted esté amando, estará participando de la divinidad y de la gracia. En un mundo de conciencia viciada y sospechosa, ¿puede usted pensar en un camino mejor

hacia Dios?

 

Los puntos suspensivos indican pausas.

 

Si este ejercicio se realiza en grupo, al final del mismo debe ofrecerse un espacio para que, quien quiera, pueda comunicar lo que se ha vivido. Después de esto, en nuestro grupo solemos dejar un tiempo para pedir o dar gracias a Dios.

 

Si el ejercicio se hace de forma individual, suele ser muy útil dedicar un tiempo a escribir lo que se ha experimentado. Esto ayuda a integrar la experiencia y a profundizar en ella. De lo contrario, puede que al poco tiempo hayamos olvidado todo lo que descubrimos con ocasión del ejercicio. Sin embargo, si hay poco tiempo, es mejor hacer el ejercicio tal cual y, si se puede, en otro momento escribir sobre él.

 

Notas:

1 Basado en el capítulo "EL AMOR" incluido en Tony de Mello, S.J Caminar sobre las aguas (1994) Ed. Verbo Divino, pp. 29-33.