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Hoy me decido a orar por los demás. Pero ¿cómo podré comunicarles el don de la paz y del amor si mi propio corazón aún no sabe amar y yo mismo no tengo paz de espíritu?
Así pues, comienzo por mi corazón: Pongo delante del Señor todos mis sentimientos de resentimiento, ira, amargura... que pueden aún estar allí al acecho, y pido que su gracia le haga rendirse al amor algún día, si es que no puede ser ahora mismo.
Luego busco la paz: Hago una lista de las preocupaciones que perturban mi paz de espíritu... e imagino que las pongo en las manos de Dios con la esperanza de que ello me alivie de la ansiedad, al menos durante este tiempo de oración.
A continuación busco la profundidad que el silencio proporciona, porque la oración que brota del silencio es poderosa y eficaz. Así pues, escucho los sonidos que me rodean… o me hago consciente de los sentimientos y sensaciones que se dan en mi cuerpo… o de los tiempos de mi respiración
En primer lugar, oro por las personas a las que amo. Sobre cada una de ellas pronuncio una bendición “Que quedes libre de todo daño y de todo mal “, imaginando que mis palabras crean un escudo protector de gracia en torno a ellas.
Luego paso a las personas que me desagradan o a las que yo desagrado. Y sobre cada una de ellas digo esta oración: “Que tú y yo seamos amigos algún día”, imaginando una escena futura en la que tal cosa suceda.
Pienso en personas preocupadas a las que conozco… personas que padecen depresión… Y a cada una de ellas le digo: “Que encuentres la paz y la alegría”, imaginando que mi deseo se hace realidad.
Pienso en personas disminuidas... personas que sufren el dolor... y digo: «Que encuentres fuerza y valor», imaginando que mis palabras desencadenan una serie de recursos en el interior de cada una de ellas.
Pienso en personas solitarias, personas carentes de amor... o separadas de sus seres queridos... y a cada una de ellas le digo: «Que goces permanentemente de la compañía de Dios».
Pienso en personas ancianas que, con el paso de cada uno de los días, deben afrontar la realidad de la muerte inminente, y a cada una de ellas le digo: «Que te sea concedida la gracia de abandonar gozosamente la vida».
Pienso en los jóvenes... y recito esta oración: «Que se cumpla la promesa de vuestra juventud y que vuestra vida sea fructífera».
Por último, digo a cada una de las personas con las que vivo: «Que mi contacto contigo sea una gracia para ambos».
Luego regreso a mi corazón para descansar un rato en el silencio que en él encuentro... y en el amoroso sentimiento que ha nacido en mí como consecuencia de mi oración por otros...
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Los puntos suspensivos indican pausas.
Si este ejercicio se realiza en grupo, al final del mismo debe ofrecerse un espacio para que, quien quiera, pueda comunicar lo que se ha vivido. Después de esto, en nuestro grupo solemos dejar un tiempo para pedir o dar gracias a Dios.
Si el ejercicio se hace de forma individual, suele ser muy útil dedicar un tiempo a escribir lo que se ha experimentado. Esto ayuda a integrar la experiencia y a profundizar en ella. De lo contrario, puede que al poco tiempo hayamos olvidado todo lo que descubrimos con ocasión del ejercicio. Sin embargo, si hay poco tiempo, es mejor hacer el ejercicio tal cual y, si se puede, en otro momento escribir sobre él.
Notas:
1 Ejercicio "LA BENDICIÓN" incluido en Tony de Mello, S.J (1984) "EL MANANTIAL" (pp. 202-204)
Ed. Sal Terrae.