Ejercicio 42: Jesús, el Salvador
Esta es otra forma de practicar la oración de Jesús. La recitación
del nombre de Jesús no sólo comporta su presencia, sino su salvación a
la persona que ora. Jesús es esencialmente el Salvador. Esta es la
significación de su nombre (Mt. 1, 21).
«Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el
que nosotros debamos salvamos» (Hch. 4, 12).
La recitación amorosa del nombre de Jesús le hace presente ante
nosotros. Cuando Jesús se hace presente nos da su salvación. ¿Qué clase
de salvación? La salvación que trajo a Palestina hace dos mil años:
curación de toda enfermedad, física, emocional y espiritual. Y, como
consecuencia, paz con nuestros semejantes, con Dios y con nosotros
mismos.
Hablé en otro lugar de las propiedades curativas que encierra la
recitación devota del nombre de Dios. Mahatma Gandhi definiría su forma
de oración como “la medicina del hombre pobre». El nombre de Jesús nos
sana de todas nuestras enfermedades si lo recitamos con fe sobre cada
una de nuestras heridas y enfermedades.
La recitación del nombre de Jesús nos da también el perdón de todos
nuestros pecados. Se cuenta, en la India, la historia de un rey que mató
a sus hermanos y después, llevado por el arrepentimiento, se acercó a un
ermitaño piadoso en busca de penitencia y de perdón. El ermitaño había
marchado antes de que llegara el rey. Uno de sus discípulos lo suplantó
e impuso la penitencia al rey. Le dijo: «Recita el nombre de Dios tres
veces y todos tus pecados quedarán perdonados». Cuando volvió el
ermitaño y se enteró de lo que había hecho su discípulo, se indignó.
Dijo a su discípulo: «¿No sabes que si pronuncias con amor el nombre de
Dios una sola vez es suficiente para lavar todos los pecados de un
reino? ¿Cómo, pues, te atreviste a decir al rey Que recitara tres veces
el nombre de Dios? ¿Hasta tal punto careces de fe en el poder del nombre
de Dios?».
Recita el nombre de Jesús despacio y con amor, haciendo pausas
constantemente... deseando verte lleno de la presencia de Jesús...
Ahora 'unge' cada uno de tus sentidos y tus facultades con el nombre de
Jesús. Dice la Escritura: «Tu nombre, un ungüento que se vierte» (Cl. 1,
3). Así, pues, aplica este ungüento a tus ojos, a tus pies, a tu
-corazón... a tu memoria... a tu entendimiento, a tu voluntad, a tu
imaginación... Al hacerla, ve cada uno de tus sentidos, cada miembro,
cada facultad, embriagados de la presencia y del poder de Jesús, hasta
que todo tu cuerpo y todo tu ser se encienda y sature con su presencia.
Ahora continúa ungiendo a otras personas con el nombre de Jesús...
Recítalo con fe y con amor sobre cada una de ellas... sobre el enfermo y
el achacoso... sobre tus amigos... sobre las personas con problemas y
sobre las que tienen como profesión curar los enfermos, médicos,
enfermeras, consejeros, pastores... sobre todos los que amas... Ve a
cada uno de ellos robustecidos y revitalizados plenamente por medio de
este Nombre poderoso...
Siempre que te sientas cansado, retorna a la presencia de Jesús y
descansa en ella durante un rato...